Breve paso por Lesotho y Swaziland.



Dos diminutos países al sur del continente africano que parecen islas engullidas por Sudáfrica, el gigante que los rodea. Hablamos de Lesotho y de Swaziland, reinos que  conservaron la independencia tras periodos colonialistas y que hoy en día mantienen un carácter especial que merece la pena conocer.

Por su limitada extensión se recorren fácilmente y nosotras lo hicimos en un coche alquilado en Sudáfrica, durante nuestra ruta de 3 meses por esta parte sur del continente.


Lesotho es un país muy rural, alejado del turismo de masas, que nos sorprendió gratamente, tanto por sus espectaculares paisajes como por sus tradiciones y vida sencilla. Tiene la talla de Cataluña, dos millones de habitantes y la particularidad de ser el país del mundo en el que su punto más bajo está situado a mayor altitud. Es decir, montañas, picos, cañones, ríos, valles, un terreno muy quebrado y más montañas en todo lado. En invierno, hay nieve e incluso hay una pequeña estación de esquí, Afriski. 



La gente aún se mueve en mulas y caballos, para trepar por pistas y caminos duros, mientras que por las recién asfaltadas carreteras también circulan modernos coches y un correcto transporte público. Viven en casas tradicionales de piedra y paja, siempre de planta circular en esta parte del África, aunque en las ciudades las construcciones se parecen cada vez más a cualquier ciudad occidental.

Sus habitantes son principalmente pastores, con rebaños de ovejas, cabras y vacas. No faltan pastos y agua. Debido a la orografía, cultivan en terrazas, y las tierras rojas y negras parecen buenas para el maíz. Vimos preparar las tierras con bueyes pero también con tractores. No todo es trabajo manual como en Asia.

Nos llamó mucho la atención cómo la gente lleva pesadas mantas de lana, haga calor o frío, sol o lluvia. Son el orgullo nacional, las llevan hombres, mujeres y niños. También portan un curioso sombrero de paja de forma cónica, aunque muchos jóvenes visten con estilo rapero o hip-hop, jeans y gorras, y sueñan con salir y ver mundo.

No faltan niños y jóvenes, aunque la tasa de sida es de las más altas del mundo. Y vimos muchos anuncios de “protégete”, sobre todo en la ciudad universitaria, Roma, donde los estudiantes preparaban los exámenes. ¿Roma? Sí, una misión cristiana donde no faltan escuelas y ONG´s.

La vida transcurre tranquila y simple, aunque mucha gente de las montañas ha bajado hacia Maseru, la capital, y a las pocas ciudades de los valles del norte con fábricas textiles (muchas son asiáticas), pero sobre todo hacia la vecina Sudáfrica en busca de un empleo remunerado principalmente en minas. La vida de estos inmigrantes no parece tan fácil y en la frontera vimos un grupo de gente que estaba siendo deportada, de regreso forzado a Lesotho, su país de origen.

Actualmente las principales carreteras de Lesotho se encuentran ya asfaltadas, incluso muchas que suben hacia las zonas más altas, debido a la construcción de varias represas enormes. El agua es la gran riqueza del país, aunque alguna mina debe de haber también.


Tuvimos la suerte de atravesar el país de sur a norte por una nueva carretera asfaltada que transcurre por las montañas, gracias a la inversión china. Un espectáculo para los ojos, paisajes hermosos y vida tradicional, pero terreno duro para nuestro pequeño Ford Fiesta alquilado, así que muchas veces había que ir en primera para librar los cientos de curvas y pendientes. Un disfrute.

Lo malo fue que nuestro paso por Lesotho fue más breve de lo previsto. Los accesos a los pocos hostales de las montañas no siempre son aptos sin un vehículo 4x4, así que se nos limitaban las opciones para encontrar dónde dormir. Pero sobre todo porque coincidimos con uno de los eventos turísticos más importantes del año, el “roof of Africa Rally”, una carrera internacional de motos, muy famosa entre los sudafricanos, así que los hoteles y campings estaban llenos.

Salimos del país a los pocos días de haber entrado, pero nos queda el recuerdo de un  país auténtico, montañoso, con gentes sencillas y muy tímidas.

 
SWAZILAND, el otro país pequeño de la parte sur del continente africano, nada tiene que ver con Lesotho. Encajado en zona tropical, entre Mozambique y Sudáfrica, tiene la mitad de territorio y habitantes.

El país es verde, al menos en época de lluvias. El oeste son colinas y enormes rocas de granito, con muchas casas dispersas entre cultivos y frutales. Las zonas más planas están al este, menos pobladas, conservando casas swazis tradicionales con enormes campos de caña de azúcar y refinerías echando humo. Y también vimos minas, principalmente de carbón. Tienditas y mercados, mucho rebuscador al borde de las carreteras y cientos de iglesias de diversas congregaciones cristianas africanas. Decenas de buses y furgonetas (llamadas “taxis” en el sur de África) transitan por carreteras en general buenas, asfaltadas aunque a veces con huecos.

Nos sorprendió ver una buena autopista de 4 carriles que une la ciudad más poblada, Manzini, y la capital, Mbabane. La prolongación está en curso, con una empresa constructora de Kuwait. Y es que en este pequeño país hay mucha inversión privada extranjera. Claro aquí están las empresas de Sudáfrica, con enormes “shopping malls” y también artesanías de diseño, casinos abiertos 24 horas, campos de golf, hoteles, restaurantes y tiendas modernas en todo el valle de Ezulwini, el valle donde vive la familia real. Y todo ello a precios realmente abordables para la calidad ofrecida.

Las fotos del rey y de la reina madre están omnipresentes en Swaziland así como la bandera con un escudo tribal guerrero africano. Los swazis parecen orgullosos de su reino y de sus dos grandes celebraciones tribales anuales relacionadas claro está con la familia real que reúnen a miles de personas. Parece que el rey swazi está bien relacionado no sólo con sus súbditos sino con países lejanos. Por ejemplo tiene contactos con los jeques árabes entre otros y quien sabe en que negocios anden. También vimos varias señales de “proyecto financiado por la UE” incluso coches con la bandera europea en las puertas. Y no faltan ONG´s, en este país con gran tasa de desempleo y de sida.

Vamos, que algo se cuece en Swaziland y se nota al ver este “valle real” con su ostentación de una riqueza que vemos ajena. No deja de sorprendernos a casi todos los turistas encontrarnos toda esta infraestructura moderna en este pequeño país del sur del África.

Lo cierto es que como a finales de diciembre es época de las grandes vacaciones, coincidimos con bastante clase media swazi, disfrutando de las piscinas, hoteles, parques naturales, etc. En general, la gente nos ha parecido algo más abierta y más dispuesta a la conversación.

Así es que hicimos como los locales, descansar y relajarnos. Swaziland es un buen país para ello ya que hoteles no faltan, incluso para el viajero low-cost.

Nos quedamos en el campamento del Hlane Royal Park, un diminuto parque de vida salvaje, que tiene como atractivo una laguna donde llegan algunos hipopótamos y numerosos rinocerontes, se ven tan cerca que parece que los puedes tocar.

Luego fuimos al valle real, algo más fresco entre colinas. En el “backpacker”  coincidimos con un grupo interesante de viajeros: dos chicos de Toledo (no es común el turismo español en la zona); un coreano, viajero incansable, trotamundos, siempre en busca de misiones imposibles, que además habla perfecto español con acento argentino; unos chinos, de paso por el continente africano, también viajeros globales. Y tres chicas alemanas, de 18 años, que han venido a pasar un año de voluntarias al Mozambique cercano. Además de simpáticos locales de vacaciones.

Ricos asados como siempre en el sur de África, donde no faltan las barbacoas y carnes buenas, piscinas para refrescarse y tranquilidad. Fueron días de mucha conversación y relajo. Eso será lo que tiene Swaziland!

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